“Hacían al difunto llevar consigo un perrito de color bermejo, y al pescuezo le ponían hilo flojo de algodón”, Fray Bernardino de Sahagún.

Las almas de los difuntos solo lo podían cruzar ayudadas por sus perros, que al reconocer a su amo lo llevarían para atravesar el río.

El Mictlán (lugar de los muertos), era el nivel inferior de la tierra de los muertos, un camino largo en el que no se distinguían las clases sociales, cuya entrada se describe como un lugar oscuro y cavernoso.
Es por ello que el perro tenía un papel muy importante, él acompañaría al difunto por el inframundo hasta llegar a las orillas del gran río Chiconahuapan (nueve ríos) durante un viaje de cuatro años.

En la Ciudad de Teotihuacan, era costumbre acompañar a los muertos con un perro sacrificado, el ejemplo más antiguo se remonta al año 3550 a.C. en la Cueva del Tecolote en Huapalcaco Hidalgo, con las figuras de arcillas que se encontraron.
En Tlatilco, se encontraron restos óseos de perros en 17 entierros de personas e incluso fueron hallados los entierros específicos de tres perros.
La cultura Maya fue otra más en seguir esta tradición, por las evidencias en las zonas de Altun Ha, Uaxactún, Cozumel y Mayapan.